La mañana, a pesar de ser lunes, está siendo tranquila en el pequeño puesto de la Guardia Civil de un pueblo gallego bastante grande, pero de casas desperdigadas y sin casco urbano en las proximidades de una gran urbe.
A eso de las diez y cinco, según anotó cuidadosamente el guardia de puertas que estaba de servicio aquella mañana, un atracador de fiero aspecto, al que le faltan algunos dientes, vestido con un chandal del Ejército Español y con un anorak rojo sin mangas, de apróximadamente uno ochenta de estatura y no demasiado fuerte, penetraba armado con una escopeta recortada en la sucursal de la caja de ahorros que había en lo alto del pueblo, justo en el cruce. El guardia civil preguntó como dato añadido, que casi se le olvida, el medio de huida del delincuente: una bicicleta de color rosa “de esas de mujer”, precisó el director de la sucursal. Había sustraido casi tres millones de euros.
El miembro de la Benemérita siguió el protocolo habitual en estos casos, parte rápido a la central de servicios para que comunicase a todas las patrullas de la provincia el hecho, después avisó mediante una llamada al móvil a su comandante de puesto que se encontraba realizando diligencias en algún lugar de la demarcación, todo dentro de lo normal, todo salvo algún que otro comentario jocoso por la emisora cuando la central de la Benemérita trasladó, vía radio como era norma, la incidencia a todas las unidades, con especial hincapié a las más próximas al lugar del incidente y comentó el hecho de que el atracador huía en una bicicleta de chica y de color rosa “de la cual por el momento se desconoce marca y modelo”.
Una bicicleta rosa, de mujer, un atraco con una bicicleta rosa -no dejaba de pensar el guardia civil- mientras salía al exterior del cuartelillo, por tomar el aire, prendió un cigarro tranquilo allí en la puerta, miró displicente el cartel de Todo por la Patria, la bandera que ondeaba en un lugar privilegiado y no se le iba de la cabeza lo de la bicicleta rosa. Ya está todo perdido -caviló- fieros atracadores en una bicicleta rosa y con recortada ¡la madre que lo parió!
De pronto, por el viejo camino, hace años asfaltado, que bajaba desde lo alto del pueblo hacia el cuartelillo lo vio venir: chandal del ejército, anorak rojo, bicicleta rosa ¿Pero a dónde irá éste por aquí? Podía haber huido por la carretera general que era lo fácil, la tenía justo delante del banco, incluso podía haber bajado a la próxima ciudad desde allí perdiéndose enseguida entre la multitud, sin embargo el fulano de la bicicleta venía embalado por el camino equivocado que lo llevaba directamente al cuartel, pendiente de no salirse de la maltrecha cinta asfaltada y dar con sus huesos en algún zarzal o contra un arbol, ni vio al agente de la ley, solo percibió su tricornio cuando escuchó el pertinente ¡Alto! ¡Guardia Civil! En ese momento puso su mejor cara de susto, descompuso todo lo que pudo las formas, no encontró los frenos de la bicicleta rosa, giró el manillar para donde no era, y dio con sus huesos contra una de las gruesas y no muy altas palmeras que ornamentaban la fachada del cuartelillo. La recortada, algunos cartuchos, y un montón de billetes salieron despedidos de una bolsa de basura negra que el fiero atracador portaba en un bonito cestito blanco que estaba instalado en el frontal de la bicicleta y que había quedado completamente destrozado.
El guardia, sin dejar de encañonarlo con su arma reglamentaria que por precaución había desenfundado, le colocó rápidamente los grilletes al desorientado admirador de Caco, recogió la escopeta del suelo descargándola junto con media docena de cartuchos de postas y ayudado por los dos vecinos a los que acababa de saludar, y que presenciaron asombrados el suceso, recogieron los billetes, dio las gracias a sus improvisados ayudantes, metió todo, delincuente incluido, en la oficina del cuartelillo, después, tras calmarse ligeramente, dio por teléfono el preceptivo parte a la central y a su sargento con la extraña novedad. Todo estaba bajo control -pensó ya más tranquilo- metió al maltrecho delincuente en el calabozo, que salvo el orgullo herido no parecía tener mayores lesiones que algún moratón que aparecería horas más tarde.
Volvió a salir a la puerta, por esperar al sargento a la sombra del porche del cuartelillo, empezaba a hacer calor y se estaba mejor en el exterior.
Segundos después, aún estaba meditando sobre aquello de un fiero delincuente atracando bancos en una bicicleta rosa, llegaban en un coche una madre y su hija, querían denunciar el robo de una bicicleta rosa, con un cestillo blanco en el frontal que le habían robado a la hija a la puerta de la farmacia, justo la que hay al lado de la caja de ahorros del cruce, según explicó, bastante disgustada, la que por edad sin duda era la madre.
-No se preocupen, la hemos recuperado hace unos minutos, solo hay un pequeño problema, tiene destrozada la cestilla portabultos.
Las mujeres, con gran asombro, agradecieron enormemente la eficacia de la Guardia Civil en su servicio.
Mientras hacía el papeleo pertinente para entregarle a la propietaria su bicicleta llegó el sargento, el guardia se puso en pie, firme pero con discrección, y dio el somero parte.
-A la orden de usted, mi sargento, sin novedad en el servicio. Hemos detenido al atracador de la caja de ahorros y recuperado una bicicleta sustraida que portaba el autor del robo.
-¡vaya! -sonrió el sargento- me encanta que las mañanas de los lunes sean tranquilas.
A eso de las diez y cinco, según anotó cuidadosamente el guardia de puertas que estaba de servicio aquella mañana, un atracador de fiero aspecto, al que le faltan algunos dientes, vestido con un chandal del Ejército Español y con un anorak rojo sin mangas, de apróximadamente uno ochenta de estatura y no demasiado fuerte, penetraba armado con una escopeta recortada en la sucursal de la caja de ahorros que había en lo alto del pueblo, justo en el cruce. El guardia civil preguntó como dato añadido, que casi se le olvida, el medio de huida del delincuente: una bicicleta de color rosa “de esas de mujer”, precisó el director de la sucursal. Había sustraido casi tres millones de euros.
El miembro de la Benemérita siguió el protocolo habitual en estos casos, parte rápido a la central de servicios para que comunicase a todas las patrullas de la provincia el hecho, después avisó mediante una llamada al móvil a su comandante de puesto que se encontraba realizando diligencias en algún lugar de la demarcación, todo dentro de lo normal, todo salvo algún que otro comentario jocoso por la emisora cuando la central de la Benemérita trasladó, vía radio como era norma, la incidencia a todas las unidades, con especial hincapié a las más próximas al lugar del incidente y comentó el hecho de que el atracador huía en una bicicleta de chica y de color rosa “de la cual por el momento se desconoce marca y modelo”.
Una bicicleta rosa, de mujer, un atraco con una bicicleta rosa -no dejaba de pensar el guardia civil- mientras salía al exterior del cuartelillo, por tomar el aire, prendió un cigarro tranquilo allí en la puerta, miró displicente el cartel de Todo por la Patria, la bandera que ondeaba en un lugar privilegiado y no se le iba de la cabeza lo de la bicicleta rosa. Ya está todo perdido -caviló- fieros atracadores en una bicicleta rosa y con recortada ¡la madre que lo parió!
De pronto, por el viejo camino, hace años asfaltado, que bajaba desde lo alto del pueblo hacia el cuartelillo lo vio venir: chandal del ejército, anorak rojo, bicicleta rosa ¿Pero a dónde irá éste por aquí? Podía haber huido por la carretera general que era lo fácil, la tenía justo delante del banco, incluso podía haber bajado a la próxima ciudad desde allí perdiéndose enseguida entre la multitud, sin embargo el fulano de la bicicleta venía embalado por el camino equivocado que lo llevaba directamente al cuartel, pendiente de no salirse de la maltrecha cinta asfaltada y dar con sus huesos en algún zarzal o contra un arbol, ni vio al agente de la ley, solo percibió su tricornio cuando escuchó el pertinente ¡Alto! ¡Guardia Civil! En ese momento puso su mejor cara de susto, descompuso todo lo que pudo las formas, no encontró los frenos de la bicicleta rosa, giró el manillar para donde no era, y dio con sus huesos contra una de las gruesas y no muy altas palmeras que ornamentaban la fachada del cuartelillo. La recortada, algunos cartuchos, y un montón de billetes salieron despedidos de una bolsa de basura negra que el fiero atracador portaba en un bonito cestito blanco que estaba instalado en el frontal de la bicicleta y que había quedado completamente destrozado.
El guardia, sin dejar de encañonarlo con su arma reglamentaria que por precaución había desenfundado, le colocó rápidamente los grilletes al desorientado admirador de Caco, recogió la escopeta del suelo descargándola junto con media docena de cartuchos de postas y ayudado por los dos vecinos a los que acababa de saludar, y que presenciaron asombrados el suceso, recogieron los billetes, dio las gracias a sus improvisados ayudantes, metió todo, delincuente incluido, en la oficina del cuartelillo, después, tras calmarse ligeramente, dio por teléfono el preceptivo parte a la central y a su sargento con la extraña novedad. Todo estaba bajo control -pensó ya más tranquilo- metió al maltrecho delincuente en el calabozo, que salvo el orgullo herido no parecía tener mayores lesiones que algún moratón que aparecería horas más tarde.
Volvió a salir a la puerta, por esperar al sargento a la sombra del porche del cuartelillo, empezaba a hacer calor y se estaba mejor en el exterior.
Segundos después, aún estaba meditando sobre aquello de un fiero delincuente atracando bancos en una bicicleta rosa, llegaban en un coche una madre y su hija, querían denunciar el robo de una bicicleta rosa, con un cestillo blanco en el frontal que le habían robado a la hija a la puerta de la farmacia, justo la que hay al lado de la caja de ahorros del cruce, según explicó, bastante disgustada, la que por edad sin duda era la madre.
-No se preocupen, la hemos recuperado hace unos minutos, solo hay un pequeño problema, tiene destrozada la cestilla portabultos.
Las mujeres, con gran asombro, agradecieron enormemente la eficacia de la Guardia Civil en su servicio.
Mientras hacía el papeleo pertinente para entregarle a la propietaria su bicicleta llegó el sargento, el guardia se puso en pie, firme pero con discrección, y dio el somero parte.
-A la orden de usted, mi sargento, sin novedad en el servicio. Hemos detenido al atracador de la caja de ahorros y recuperado una bicicleta sustraida que portaba el autor del robo.
-¡vaya! -sonrió el sargento- me encanta que las mañanas de los lunes sean tranquilas.
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